desiertos
Aúlla el coyote, la oscuridad se funde con la luz de luna y los rezos de los seris se dirigen al dios pelícano. Un saguaro gigante domina todo el paisaje y alza sus brazos, como queriendo alcanzar el universo. De pronto todo es rito, canto y baile, recreación del fuego y del cosmos, palabra que enlaza plantas y animales, tierra que permanece intacta a través de los siglos. La vida se manifiesta como milagro, como un palpitar de especies inverosímiles, como la fantasía desértica donde todo lo que toca el sol cobra vida. Se levanta la música hasta el cielo y se abre una puerta al infinito. Nombres de arena y sal se escriben como un rumor que acaricia el suelo: Mapimí, Tehuacán, Pinacate, Metztitlán, sonidos remotos que en la espera de la lluvia se hacen leyenda, resonando con los ritmos del tambor que se pierde entre agaves y pitayas, entre el día y la noche, entre la vida y la muerte.